1- Casa de humo

Volví a la ciudad con sabor a metal en la lengua. La estación, los taxis, un aire tibio de colectivo que se pega a la ropa. Abrí la puerta del departamento y me recibió una taza fría en la pileta, la marca hundida del lado de la cama que ya no pesa, un par de pelos en el desagüe como si alguien todavía viviera acá. Mara no estaba; quedaba su perfume barato prendido a la cortina y el hueco donde se guardaban las risas.

En esa casa inventamos un refugio y se me volvió trinchera. Por una rendija entró el ruido: discusiones con voz baja, platos que se lavan sin mirarse, silencios largos como pasillos de hospital. Por ahí también se metieron mis demonios; no patearon la puerta, se sentaron en la mesa. Desde entonces mastico duro: mandíbula apretada, lengua contra el paladar, nuca ardiendo. Creí que podía operarme solo las raíces: tijera, espejo, memoria. Autopsia sin anestesia. Me repetía: “estoy bien, estoy fuerte”, y la sangre me golpeaba el oído como bass de boliche.

La brújula murió la noche en que Mara cerró la puerta sin decir “hasta luego”. Se me empequeñeció la vista; a veces quedo con pupilas como monedas. Me tiré al río de la noche para que decida por mí. En el camino hubo paisajes de vegetación muerta que yo juraba verdes. El hechizo es perfecto hasta que te pasa el dedo por el pecho y te deja un surco de polvo.

Mi padre sostiene el mundo sin explicar nada: lo llamo y hace silencio útil; a veces alcanza. Mi madre, todos los días, el mismo mensaje: “¿necesitás algo?”. Cuando estaba en el fondo del pozo me cayó uno a las 03:07. No contesté. Respiré. Fue suficiente para no apagarme.Una mañana, de golpe, la armadura se me soltó como si estuviera oxidada por dentro. Me quedé desnudo en el campo que yo creía batalla y era flores ásperas. La muerte —esa señora que una vez me tumbó— me miró como se mira a un viejo conocido y me dejó pasar. Me senté en el balcón y encendí el reloj de cuatro minutos. El humo escribió mi nombre con mala letra. Entendí: si me pierdo en otros, me pierdo. La casa que soñé ahora es un modo de respirar: vaso de agua, luz baja, el ruido leve del heladera. Y yo, de pie, contando hasta diez sin mentirme.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio