Primera regla: no creas. La noche te ofrece medallas por cosas que todavía no hiciste. Aplausos por moverte, agua que parece eterna, pastillas con caras célebres que te prometen el dialecto de los dioses. Seguí bailando, te dicen; el cuerpo obedece, la cabeza toma nota.
Segunda regla: no corras. Los afters son iglesias sin santos: la fe se practica con sudor. Un auto oscuro, música a todo volumen, desconocidos que te hacen promesas por dos cuadras. La ciudad amanece y vos tenés traje, barro en las zapatillas y un corazón con neón que no sabe si está de fiesta o de velorio.
Tercera regla: fumá lento. El cigarro es un reloj que entiende tu idioma: cuatro minutos para que el mundo recobre contornos. Ahí, en la intemperie, el frío te devuelve un poco de vos. Te quedás mirando un tema en loop, dos grados de termómetro, la idea de entrar que nunca llega. Y de pronto un mensaje: Violeta, una mujer del otro lado del vidrio del mundo, diciéndote palabras que no recordás pero que te salvan. Esa noche entendés que el amor, a veces, es la presencia mínima en el instante preciso.
Cuarta regla: temé con inteligencia. Lo que asusta no es la sustancia, es el vacío que revela. La noche te muestra un espejo con la cara tapada: adiviná quién sos. Si lo hacés bien, podés volver; si lo hacés mal, te quedás viviendo ahí aunque amanezca.
Quinta regla: renunciá al héroe. El héroe compra fichas en cada barra y juega a la ruleta de la piel. Vos no. Vos aprendiste a atar el sol con un hilo invisible: con hipervigilancia, con esa reflexión que te despierta cuando ya todos duermen. Cuando lo necesitaste, moviste el sol un centímetro para este lado y se hizo de día. Nadie aplaudió; a veces la salvación es silenciosa.Última regla: recordá tu nombre. No el que llevan en la lista; el que te dice tu cuerpo cuando respirás con la espalda. Si la noche te promete ser rey, elegí ser hombre. Volver a casa aunque la casa sea un balcón. Poner una taza al fuego. Mirar el humo como si fuera una oración. Y escribirla.