Mara II — Partitura del daño: roles, vacíos y el cuerpo como testigo

No quiero fallos; quiero balance. Pongo sobre la mesa lo que tocamos para que la canción terminara así.

Tu parte (lo que mostraba la superficie):
— “Estoy bien”, dicho con una temblorina mínima en la comisura.
— La noche como feria: todo nuevo, todo brillante, nada suficiente.
— El dinero como abrigo, el afecto como picazón.
Verdades tardías, detalles sueltos, y cuando apretaba la pregunta, teatro.
— En la cama, a veces una frase aprendida —“sos el primero”— que me dejaba hielo adentro.
— El teléfono-bodega: allí todo; y todo negado hasta lo irrefutable.

Mi parte (lo que fabriqué y lo que evité):
Aceleré el compromiso como férula de fractura: anillo, planes, mapas.
— Fui proveedor, terapeuta, amigo, amante, consejo; se me olvidó ser hombre: el que pone límites para que el amor no sea charco.
— Traduje tus señales a mi favor: “está cansada”, “necesita tiempo”, “ya va a confiar”.
Me humillé con educación: sostuve el rol cuando el corazón ya no estaba.
— Quise ser tu orilla, me volví muelle público: todo atracaba en mí, nada permanecía.

Lo que ninguno nombró a tiempo:
— Inicio fallado: vos recién salida de otra boca; yo queriendo estrenar amor sin olor a estreno.
— Asimetría constante: a veces te traté como a alguien que salvar, a veces me trataste como a alguien que aguanta.
— Vacíos complementarios: tus objetos para llenar tu pozo, mis funcionalidades para tapar el mío. Dos tapones no hacen un lago.

El cuerpo, testigo sobrio:
Bruxismo de madrugada, mandíbula que cruje.
Zumbido detrás de las orejas cuando la verdad entraba tarde.
Taquicardia educada: no rompe, avisa.
Frío en la nuca a las 3 a.m.; sudor de manos antes de hablar.
Cigarro-reloj: cuatro minutos para que el mundo recupere bordes.

Lenguaje que aprendí a podar:
— Saqué el “si yo hubiera”. Hubo lo que hubo.
— Saqué el “me debés”. Nadie me debe nada; yo me debo cuidado.
— Digo “me equivoqué” sin tragantarme.
— Digo “no” sin catálogo de excusas.
— Digo “basta” a tiempo y, si llego tarde, digo “me voy”.

La familia imaginada (duelo fino):
—Iba a llegar con pan, vos ibas a servir café; una mesa que nunca estuvo, un patio que envejeció en futuro condicional. Ese duelo se vela de pie, mirando el piso.

Preguntas que no se apagan:
— ¿Dónde termina el cuidado y empieza el control?
— ¿Cuándo un límite sano se vuelve pared?
— ¿Cuánto del “te entiendo” era “te justifico para no perderte”?
— Si pudiera volver a la tarde del cine, ¿te abrazaría o me iría? ¿Hay forma de hacer ambas cosas?

Cierro la partitura con una imagen que hoy me salva: un balcón abierto, dos tazas, aire entrando sin tumbar. Eso, ahora, es música.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio