Mara V — Manual para continuar: del hueco a la brújula (y el Mandalay como práctica)

Después del temblor, quedó el suelo. Me pedí un manual y me lo escribí.

  1. Nombrar sin teatro. Lo que pasó pasó: interés donde juré amor, negativa al abrazo cuando lo humano pedía calor, trueque por un regalo. No hace falta insulto: el hecho alcanza.
  2. Cuidar el vacío. El hueco que dejó la dinamita no se rellena con cualquier cosa. Entra aire. Entra silencio. Entra la posibilidad de creer en mí sin pedir permiso.
  3. Regla de oro. Reciprocidad o retirada. No vuelvo a confundir sacrificio con amor. Si no vuelve, me voy. Si vuelve tibio, también.
  4. Lenguaje nuevo. Me hablo como a alguien que quiero. Sin látigo: un tornillo por día. Y si no hay tornillo, descanso.
  5. Ritual mínimo. Balcón entreabierto, vaso de agua, cigarro-reloj. Tres páginas a mano cuando la cabeza pide explicaciones. Caminar diez cuadras cuando el cuerpo pide huir.
  6. Vínculos con oxígeno. Menos gente de escena, más gente de cocina. Si la presencia me calma, se queda. Si me altera el pulso sin motivo, gracias y puerta.
  7. Economía emocional. No me pagan con cosas lo que se debe con gestos. No doy prestaciones afectivas sin contrato de humanidad.
  8. Verdades duras, a sorbos. Si un dato me rompe en tu boca, no lo pido. Hay cosas que puedo intuir sin escucharlas. Elijo la salud.
  9. Familia elegida. Cuando caigo, aviso. Cuando río, comparto. La mesa existe: no es imaginaria.
  10. Mandalay como práctica. No es promesa; es oficio. Se trabaja todos los días: limpiar la casa, respirar, escribir, no traicionarme.

A vos, Mara, te dejo en el estante que te corresponde: pieza clave para entender mi mapa, no para volver a trazarlo. Si alguna vez golpeás de nuevo, que sea para comprobar que mi paz no negocia. Si no golpeás, que mi paz igual se quede.

Hoy camino lento pero firme. El barco tiene coraza nueva y una brújula que marca hacia adentro antes que hacia afuera. Me faltan pasatiempos, me sobran ganas sobrias. Y si alguna noche me visita el eco de tu risa o el recuerdo mudo de Ituzaingó, abro el balcón, dejo que suba el humo, me toco el pecho y vuelvo a decir —para no olvidarme—: Me elijo.

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