8- Venta y vuelo

Esta casa fue paraíso cuando el mundo era infierno. Hoy es tumba sin muerte: me recibe, me contiene, me exige irme. La vamos a vender. Lo escribo y la palabra pesa. Camino por las piezas como si fuera un museo de mí mismo: el cajón donde guardé culpas, la pared donde apoyé la frente para no llorar, la ventana desde la que aprendí a mirar la ciudad como si fuera mía.
Despedirse duele distinto: no es la puñalada conocida, es un vacío frío que raspa los huesos. Pero ya perdí cosas peores: identidad, ganas de vivir, un tramo de esencia. Con esas pérdidas aprendí herramientas para construir algo que aguante.
Esto es mirarme al espejo y decir soy esto. Pedir perdón sin humillarme. Emendar donde pueda, no desde la cátedra del adulto sino desde la intemperie del chico. Cierro la casa, no el amor: lo reoriento.
El Mandalay no es un lugar: es un modo de estar. Me voy liviano: suelto fantasmas, guardo la verdad y un puñado de imágenes. La paz no promete; sucede cuando uno deja de empujar la puerta equivocada. Giro la llave, la beso por costumbre, la dejo en manos de mi vieja. Salgo. El aire de la noche me pega en la cara y por primera vez no me lastima.

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